jueves, 1 de diciembre de 2011

Una cosa sin dueño


Todo eso ya no importa. No me importa a mí ni le importa a nadie. Seguramente a ella tampoco. Todo eso ya no importa, pero lo viví igualmente. Y escribo para no olvidar, por si acaso, o para desahogarme un poco quizá, ahora que he recordado, como tal vez recuerde ella algún día, en uno de esos momentos espantosos cuando nos acordamos del pasado, de los hechos que, parece, fueron vividos por un actor difunto, no por nosotros. Tal vez ella recuerde, con aburrimiento o una vaga sensación de tristeza, o de pronto con cierta intensidad, como yo hace unos minutos, cuando dudaba si valía la pena sacar la máquina de escribir de su funda o si era mejor encender la radio.
Magdalena. Este nombre, cuando lo oigo ahora por casualidad, apenas logra hacerme parpadear, apenas siento estremecerse una fibra dentro de mí. Pero por aquel entonces, estoy seguro, alguna expresión ridícula debía dibujarse en mi rostro cada vez que alguien decía: "Magdalena".
Yo ya había oído hablar de ella, de Magdalena, la loca; y su locura me hechizó aun antes de conocer esa sonrisa burlona, esos ojos negros en los que todavía no sé qué buscaba o qué encontré.
Debió de verme en el corro de nuevas amistades, un tipo joven, de hombros caídos, con el abrigo demasiado pequeño, el mismo que llevaba puesto un año antes en el colegio; un tipo un poco raro, que escuchaba sonriente alguna sandez o contemplaba la fauna variada de la facultad.
Recuerdo que se reía de mí, de un gesto de inseguridad que yo hacía. Algo así como sujetarme la barbilla o una oreja.
No recuerdo las primeras palabras que intercambiamos, ni lo que hicimos esos primeros días. Pero en todo caso pronto me di cuenta de que ya no podía vivir sin ella.
Andrés también se enamoró de Magdalena, y al principio íbamos los tres juntos. El caso es que Andrés perdió y sin duda sufrió bastante, aunque nunca dijo nada. Pero yo sí se lo mencioné un día, cuando ya todo había acabado:
"No sabes de qué te libraste."
Podría ahora mirar la foto montada en un tablero, la única que guardé, la que es un estorbo, una cosa sin dueño, cada vez que saco las maletas del armario. Pero no lo haré. Prefiero escribir esto, beberme otro whisky, cerrar los ojos. Entonces es posible que ella vuelva, como hace un rato, o incluso con más intensidad, como esa vez en Londres, estando yo en la bañera, cuando me pareció tenerla en mis brazos y luego, al final, sintiendo todavía su tibieza, su presencia muy cercana, como si acabara de dejarla en la esquina y tuviera en mi bolsillo uno de esos ramilletes de enebro que cada noche ella arrancaba del jardín, al final dije en voz alta, como un imbécil: "Magdalena". Y el silencio de la casa me pegó en las sienes.
Pero esta vez será distinto.
Yo creo que sí, que haciendo un esfuerzo podré recordar de nuevo algún episodio agradable, entre la montaña de hechos, con etiqueta, que tengo archivados en el cerebro; hechos como que utilicé a Chopin para conquistarla, que todo acabó desparramado sobre la mesa de un juez o que la poseí treintaicinco veces exactas.
Sí, ya me parece ver a dos figuras envueltas en abrigos y bufandas, una pareja de jóvenes que van a tomar una copa en alguna parte, solos en la madrugada. Ya los veo avanzar, solos o bajo la mirada de algún extraño. Es ella, soy yo.
Magdalena está a mi lado. Ya casi siento su calor, su aroma. Y al final será como si acabara de dejarla en la esquina. Podré dormirme pensando que la quise, que la quiero todavía; contarle alguno de los chistes que he inventado para ella en todos estos años.


Madrid y Londres, 1981

miércoles, 9 de marzo de 2011

Eureka

  
Llegaban del cuartel cerca del parque –
americanos, muchos ingleses también –
venían aquí a tomarse una cerveza camino de los bares del centro
pero luego lo mismo se bebían unas cuantas más
y acababan quedándose hasta la hora del cierre;
había mucho ambiente y Jean, su marido,
que es como un padre para ella,
jugaba al ajedrez con alguno de ellos en la mesa espejada,
meditaba sus trampas sorbiendo gaseosa con una pajita
y cuando ganaba, como ocurría a menudo,
porque la mayoría de esos tíos eran muy jóvenes
y bastante negados, sabes,
cuando ganaba
él también era feliz.
Todo el mundo era feliz.
El sitio estaba lleno de gente
y muchos la invitaban a beber algo
y le hacían preguntas sobre Ruanda
y ella hablaba inglés con ellos
y así, a veces, cuando servía las mesas,
moviéndose con soltura
o bailando al ritmo de Captain Yaba o Chata Addy,
viéndose un momento reflejada en los espejos de las paredes,
viéndose reflejada en los ojos de alguien,
todavía guapa, todavía deseable,
a veces con las luces y la música y todo,
olvidaba lo malo,
no pensaba en la oscuridad
apenas aliviada por la luz que llegaba de la calle
en la habitación de arriba,
más tarde.

Buenos tiempos y buen negocio,
pero luego cerraron el cuartel
y dejaron de venir.
Pero llegó otra gente –
Nico el empresario,
y ese otro tipo, cómo se llamaba, Philippe,
que vivía aquí cerca y que estaba jubilado,
y ése otro que también era inglés,
Pete, que se sentaba en la barra,
siempre un poco melancólico
aunque a veces era muy gracioso
y le ganaba a Jean al ajedrez y, claro, a Jean le caía gordo;
Pete, que solía convidarla a un Parasol
y le decía piropos
y se reía un poco de su nombre, un tío muy majo
aunque menos guapo que los soldados.
Pete también se marchó un día,
se fue a vivir a otro barrio,
y cuando le dijo que se marchaba,
ella exclamó ¿Por qué por qué
por qué será
que en cuanto empiezas a conocer a alguien
y te empieza a caer bien,
el tío se marcha?

Pete volvió
una vez,
al cabo de unos meses;
la invitó a un Parasol;
la llamó por su nombre
pero ya no era lo mismo,
no era como esa primera vez
cuando le preguntó
¿Eureka como hallazgo feliz?


Poema traducido del inglés. El original, que lleva el mismo título, está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/ 

sábado, 5 de marzo de 2011

Embarque para Citera


Harto del vaivén
del vacío por dentro al infierno por fuera,
anhelaba plantar su semilla en el vientre de un ángel,
¡que lo que quedara de vida
destellara hasta cegarle!

Por lo que una noche, habiendo adquirido un vuelo
y aterrizado sin percance,
ligeramente borracho pero pasablemente elegante,
buscó alivio, que no plenitud,
en el barrio chino de un termitero extranjero.

Entre los rascacielos, la muchacha paseaba por la acera
al ritmo de un letrero de neón, a falta de luna,
¡Oh, fugaz flor de oscuras reencarnaciones!
"¿Estás sola?" dijo él, con el cielo septentrional
adherido a las sienes.
"Sí," repuso ella, exhalando perfume por todos sus pliegues.
"¿Qué, cogemos un taxi, majete?"

Y así llegaron a una habitación cercana
en la que brevemente copularon para su mayor desfacción.
Fuera, los decibeles competían
y el dióxido prosperaba
y en alguna parte de la noche
conspiraba un subsecretario.

Luego cada uno se fue por su camino.
A él le atropelló un coche unos giros más tarde.
Sus últimas palabras fueron: "Supongo
que se pondrá usted en contacto con el Sr. Chueca."
Ella le sobrevivió cuarenta afelios
pero nunca acabó de pagar la hipoteca.


  

Poema traducido del inglés. El original, Embarkation for Cythera, está disponible en: http://livepoet.blogspot.com/

Aquí abajo: Embarque para Citera, de Antonie Watteau

  

jueves, 3 de marzo de 2011

Los difuntos


  
A veces se sueña
que el difunto está muerto
y sin embargo sigue vivo
porque no sabe
que está muerto,
como si sólo pudiera morir de verdad
si lo supiera.

Estaba muerto
y yo hacía todo lo posible
para que no se diera cuenta.


  
Nota: Este poemillo es un "ready made", es decir, algo "ya hecho" u "objeto encontrado". En este caso, se trata de unas palabras encontradas en una obra de Sigmund Freud, no recuerdo cuál, posiblemente "La interpretación de los sueños". Sin embargo, no es una cita literal. Recuerdo haber simplificado y manipulado (ligeramente) el texto.
Poema traducido del inglés. El original, "The Deceased", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/ 

martes, 1 de marzo de 2011

Curaçao azul

  
Su mujer le dejó poco después de esa tormenta de mal agüero
que partió en dos el arbolillo en el jardín.
Luego, una noche (estaba bebido)
le pegó un puñetazo en la nariz a un madero que iba de paisano
y le condenaron a tres meses de cárcel.
Pero ahora que le han soltado y que ha recuperado su trabajo,
puede volver a tomarse una cerveza en el Café du Congo
o pasearse por la Brunnenstrasse al anochecer
cuando el aire huele a humo de carbón, y encienden las farolas
aunque en los tejados sigan ardiendo fragmentos de sol.
Esta noche, si hubiera ocasión, incluso invitaría a casa al madero
y le explicaría su punto de vista
tomando una copita de licor azul.
Le serviría un poco también a su mujer
que a lo mejor se acordaría
de esa tarde cuando, tumbados lado a lado,
estuvieron un rato mirando pasar las nubes en el cielo.
Algún día estarán todos allí, en un rayo de luz:
su mujer, el policía, su jefe en la tienda
y todos los arbolillos desdichados y gatos vagabundos.
Pero, quién sabe, igual logra primero
devolverle un par de bromas al destino,
convertir la vida en un gesto bonito
como el sol cuando se estrella,
desparramándose sobre la ciudad. 



Poema traducido del inglés. El original, que lleva el mismo título, está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/ 

viernes, 25 de febrero de 2011

El marino obsesionado


La ha visto
(aunque ésa no es la palabra más adecuada)
en varias ocasiones,
a menudo en lugares solitarios,
ella, la muchacha sin nombre,
la de los mil semblantes:
de pie en un muelle de Duisburg,
allí de repente, llovida del cielo,
en medio de la nada;
andando por un parque un día que estaba él de permiso,
en Londres;
en los callejones de otro puerto del Norte,
no recuerda cuál,
Múrmansk quizá.
Es una cosa extraña.
No es como una muchacha que ves así, de paso,
y que te hace soñar,
sino más bien como alguien que ves en sueños.
No tiene una forma precisa,
la evocan cosas sutiles, ligeras,
o mejor dicho, está hecha de ellas, como un espíritu:
la brisa, la niebla,
el color del mar,
el aroma de la tierra
esa noche frente a Trinidad. 

  

Poema traducido del inglés. El original, "The Haunted Seaman", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/  

martes, 22 de febrero de 2011

El cantante de boberías

  
Aunque el recuerdo mengüe, se endurezca,
aunque se quede en nada, en palabras,
en un puñado de imágenes,
el pasado irrumpirá con la luz del sol
en la esquina de una calle,
vendrá por él con una vieja canción,
la fragancia de un puesto de frutas,
haciéndole volver
a la primera vez que tocó el acordeón en la plaza del mercado,
al Ecseri en primavera,
a una noche, hace años, transcurrida con sus padres en un baile,
al escondite detrás del arbusto de jazmín
donde soñaba con los ojos abiertos
y tatareaba melodías,
murmuraba y canturreaba tonterías,
un idioma imposible,
como un sortilegio.

Hay una huella duradera,
un eco persistente de amor
entretejido en el mundo,
una brasa enterrada en las cenizas
que aguarda un soplo para arder de nuevo
y así, de vez en cuando, en un momento de sosiego,
se va a tocar y cantar a cualquier parte
donde le lleven sus pasos y se sienta a gusto:
en un calle llena de gente, en un puente de ferrocarril,
en un terreno baldío, un campo,
una escalinata, el tejado de un aparcamiento,
con el cielo de un color o de otro,
con o sin público.

Fue en un momento como ése
(en que el pasado parecía cercano –
y le dio por ponerse a canturrear,
gorjear, trinar locamente, como lo hacía de niño),
fue entonces cuando de repente se dio cuenta
de que esa algarabía tenía su encanto,
su voz grito de pájaro, tormenta, torrente,
un instrumento asombroso
con acentos de motor, sirena, avión –
y también el sonido de otras voces
pero no las palabras que utiliza la gente,
no el sentido de las palabras,
sino sólo el sentido o sinsentido
de su mero sonido.

 

Poema traducido del inglés. El original, "The Nonsense Singer", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/  

sábado, 19 de febrero de 2011

El amor abstracto de Maxine

  
Justo antes del anochecer
se desata el caos.
Por todos lados,

las calles bullen con miles de luces,
rugen
con miles de voluntades encarnizadas,
y en su cabeza
un torbellino,
nada en que hacer pie, nada a lo que agarrarse
más que las palabras,
y entonces se dice entre sí
Soy yo, soy Maxine que vuelve a casa del trabajo.
Sigo viva,
¡aún existo!
En unos minutos abriré la puerta,
me quitaré los zapatos, me tomaré una copa,
comeré algo, leeré tal vez un rato
hasta que me duerma
.
ánimo, se dice a sí misma,
no es la primera vez que estás así.
Pronto te sentirás mejor.


Pero de repente,
al ver un lejano retazo de cielo amarillo,
se le ocurre un pensamiento
que le provoca una punzada en el corazón,
un retorcimiento de la espina que lleva tanto tiempo allí clavada
y luego una oleada de desesperación tan fuerte,
que cedería al impulso de pararse y apoyarse en el muro
si no fuera porque Mme. Brisepierre, su vecina,
la está mirando desde el umbral de casa.
Porque Mme. Brisepierre es muy maja, sí,
pero no es alguien a quien, normalmente,

le contarías tus penas. Y sin embargo ella, Maxine,
se imagina la escena;
por alguna extraña razón, se imagina
acercándose a Mme. Brisepierre
para desahogarse allí mismo, sin más preámbulo.
¿Pero cómo va a hacer eso? Sería ridículo, sin duda.

No puede abordar a Mme. Brisepierre para explicarle
que el hombre que podría quererla de verdad, a ella, a Maxine,
debe de estar allí en algún lugar de la ciudad,
bajo ese cielo que oscurece.
No puede acorralar a Mme. Brisepierre y exclamar
¿No ve usted, Madame, no lo entiende,
que él debe tener un nombre,
un semblante?


Luego, por fin, llegó la hora de acostarse
y ya sólo es cuestión de conciliar el sueño.
Leer no ha servido de nada
pero la pastilla debería surtir efecto.
Mientras tanto
¡qué calma, qué silencio!
Hay noches como ésta
sin apenas un crujido
de los muebles o las cañerías,
cuando de alguna manera se apacigua
la agonía del metal y la madera, y así quizás
ella también pronto encuentre sosiego.
¡Ah, si pudiera dormirse,
si pudiera almenos tener una buena noche de descanso
sin pesadillas,
sin siquiera sueños agradables,
esos sueños que la atormentan
por horas y horas y días enteros
con un dejo interminable de dulzura!
Tiene que pedirle algo más fuerte al doctor.
Pero ahí va – ¡su corazón!
A veces lo oye, de noche, como ahora,
cuando todo lo demás calla –
el latido de ese corazón que no para,
que sigue y sigue y sigue
con su espina empotrada,
latiendo en las tinieblas.
¿Es la vida un don de Dios, una maravillosa aventura,
como afirma el doctor Bertholet,
o acaso una maldición?
¿Y qué son sus ansias de amor
sino el latir de una herida en la negrura?



Poema traducido del inglés. El original, "Maxine's Abstract Love", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

sábado, 12 de febrero de 2011

Brazos cansados

  
Fuera, amortiguada por la luna del escaparate,
la ciudad es un lecho marino emergido,
pululante de criaturas intranquilas.
Mientras barre unos mechones cenicientos
y pone a hervir el agua para el té,
Tasos habla de su tío paragüero
que en verano iba de pueblo en pueblo
tocando la trompeta en un conjunto.
En las paredes pintadas de celeste, las imágenes
de elegantes cabelleras y famosos ademanes
persiguen un tono amarillento.
Al canoso cliente sentado en el sillón 

le conmueven muy poco esos recuerdos;
sin embargo gruñe y asiente
con su cráneo medio tonsurado,
que cada vez está más agrisado.
 

Algún día, quién sabe, Tasos podría decidirse
a volver a su tierra natal.
Pero, para poder irse, según dice,
"primero hay que organizarse".
Las tijeras hacen clic.
Fuera, bajo el cielo invernal,
la ciudad persiste.



Poema traducido del inglés. El original, "Tired Arms", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

miércoles, 9 de febrero de 2011

¡Declarad el estado de peste!

 
Los juegos de ordenador son divertidos
pero las reacciones termonucleares
son el mejor espectáculo de todos los tiempos.
En proporción al rendimiento
el ojo se muestra enloquecido.
Mezclar en partes iguales
carne y acero,
colocar el cráneo a 45 grados
paralelo a la perdición,
remover bien, servir frío.
El mecanismo de control resultó ser autodestructivo,
la esperanza idiota.
El eje vertical corta
el plano de tus testículos
que giran
a la misma altura que tus orejas,
la procreación siendo sin duda ilusoria,
observándose en las mariposas nocturnas una tendencia a tamborear 

                                                                                                           [ en el vidrio
en cualquier momento a partir de las veintiún-cero-cero horas,
efímeras Cenicientas, insectos de brujería,
empeñados en achicharrarse
en la lámpara del deseo.
¡Fumiga tus pensamientos!
Ve frenando ya,
contén el radio de la angustia
que sube de las alcantarillas,
que orbita cada vez más bajo,
confundiendo las estratagemas de mañana
al tiempo que, montado en bicicleta, no vas a ninguna parte –
¡Bah! Se lo están tomando con calma. Esperarán
a que se nos acaben las provisiones.
Los monumentos se desintegran
con gusto.
A las ballenas les desagrada que las metan en lata.
A los cocodrilos les viene bien que les monden los dientes
no sé qué pájaros.
A la jungla le duele donde dan caza
al indígena. Los motores tararean
un final de lo más genial.
Según la velocidad en la boca del arma,
los movimientos carnales pueden ser productivos.

Poema traducido del inglés. El original, "Déclarez l'état de peste!", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

© Copyright Allan Riger-Brown 2011
  

Pequeños placeres


Las torres de pisos eran pinceladas de Watteau
contra contaminación lapislázuli.
Más allá, el día en fase terminal presagiaba
una desintegración magnífica.

Así que nos fuimos al parque
donde Sol, antes de marcharse,
nos besó los ojos muchas veces
mientras los árboles de largas sombras
susurraban himnos disonantes.

Más tarde
el cadáver de Luna saldrá a flote
y escucharemos los trenes
traquetear chiflados a través de la noche.



Poema traducido del inglés. El original, "Small Joys", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

sábado, 5 de febrero de 2011

Recuerdo de Sust Quím Pelig

                                                (A Jorge Ramírez)

Los campesinos cafeteros colombianos llevan un collar carmesí
de picaduras de mosquitos. Pero allí en Whiteheads,
donde la sierra brama como elefantes acosados,
es Sustancia Peligrosa la que te besará.
Un hombre tenía rojo el brazo; otro, el vientre;
y un tercero se quedó ciego.
El italiano, que trabajó en la fábrica veinte años,
sigue pasando por allí de vez en cuando. En un día caluroso de verano
le verás tal vez llegar sin prisas, en camiseta,
y detenerse ante la verja
para estrechar la mano de algún antiguo compañero.
O se quedará allí un rato, de pie cerca del muro, solo,
con sus miembros robustos, feos, en actitud de furia contenida
y la cara vuelta al sol, el cual es una bola de fuego
y no sabe ni le importa
lo que alumbra o irradia.
Peligrosa tampoco presta mucha atención a la diferencia
entra la piedra y la carne humana.

He visto al italiano merodear por la fábrica también cuando hace frío.
Una tarde gris, le vi apoyado en el muro,
fumando un cigarrillo al compás de la sierra,
que cada pocos segundos gime y aúlla
como un coro espantoso de todos los hombres
que Peligrosa besó con labios ansiosos.


Poema traducido del inglés. El original, "Haz Chem Souvenir", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

jueves, 3 de febrero de 2011

La pute impolie


Al salir a la calle, hacia el amanecer,
siempre lo encuentra
en la súbita caricia del aire fresco,
en la luz que ya se intuye
pero aún no se ve.
Van a un café con cortinas de encaje en las ventanas
y se quedan allí un rato sentados, sorbiendo té,
al tiempo que, fuera, toma vida una mañana de invierno.
Él mira en sus ojos,
aprieta contra los labios su mano.
Luego se van,
atraviesan la plaza del mercado entre los puestos vacíos,
hacen una pausa en la esquina.

Se besan.

Pero a veces es verano.
Ella, que miraba el mar, se da la vuelta
y lo ve acercarse, sonriente.
Él sonríe
una y otra vez
hasta que ya no queda nada,

sólo el dolor más sordo,
ese impulso que siente ahora
de detenerse de pronto
y rebuscar algo en su bolso.

A las seis de la tarde saluda a la vieja
que hace guardia en el vestíbulo,
mirando la televisión.
Se prepara para acoger a los hombres
que la noche entrega en su puerta,
hombres con manos frías, hombres que hablan demasiado,
hombres que apestan…
Hoy, jueves, seguro que vendrá,
ese tipo que esconde un billete de diez en el zapato
y que se olvidó el reloj dos veces.
Ella le trata como basura.
Pero, por alguna razón, al igual que su sueño,
ese tipo siempre vuelve.


Poema traducido del inglés. El original, que lleva el mismo título, está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

sábado, 29 de enero de 2011

Siete polillas


Allí estaba John sentado, con sus cuatro alas membranosas 
                                                                                          [ chamuscadas;
ya no bebía ni fumaba
y había escrito una tesis sociológica.
En sus ojos vislumbré destellos rojos.
Tom, que tal vez un día retrate al Rey,
está estudiando la posibilidad de hacerse socio
de un club muy exclusivo de lepidópteros.
El día de Noche Vieja el champán lo ofrece la casa,
a las doce te arrancan del corazón una sonrisa.
Su mujer, sin embargo, todavía no sabe si es buena idea.
Totalmente desprovisto de antenas en forma de maza,
Jack cultivó su interés por Chomsky,
luego se esfumó en la noche más oscura
masticando un gargajo de asíndetos.
Lo último que oí de Tim
es que titiritaba contra el cristal de una ventana
de fama político-literaria.
María se casó con un abejorro guerrero,
dio a luz una oruga de ojos azules.
Niñatos solían arrancarle las alas,
ahora hombres hechos le dan caza con un periódico enrollado.
Jim tiene un nido en las afueras,
es polilla de familia.
Se dejó crecer la barba y tiene trabajo.
Nos escribimos de rato en rato.


Poema traducido del inglés. El original, "Seven Moths", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

lunes, 24 de enero de 2011

Kit y Tex



Dejamos atrás la casa abandonada y seguimos adelante por uno de los senderos que atravesaban el terreno baldío, esparcido de malas hierbas y desechos. Dan, recuerdo, llevaba en un brazo la botella de Coca-Loca, y a cada paso yo oía, en mi bolsillo, el traqueteo de la caja de cerillas que traíamos por si acaso.
      Más allá de las Colinas de Escombros y la Zona de Riachuelos Secos, se extendía el Valle de la Muerte. Dan, que desde hacía unos minutos guardaba silencio, se detuvo en la cima de un montículo para escrutar el horizonte y olfatear el viento. En la lejanía se divisaba una tapia blanca, que demarcaba lugares inexplorados.
      Entrando por un hueco de la tapia, descubrimos un solar plagado de cardos; al fondo, unos caserones derruidos; a la izquierda, en un claro, una pila de maderos – o eso es lo que nos pareció a primera vista, porque luego, al acercarnos, vimos que se trataba más bien de una especie de choza, muy baja, sin ventanas.
      Al acercarnos aún más, comenzamos a oír retazos de una conversación, voces entrecortadas por el viento, que provenían del interior de la choza. Eran voces jóvenes, una aguda, cantarina y otras más graves, secas.
      De pronto callaron, y por la entrada de la choza asomaron la cabeza, mirándonos con cierto asombro, dos chavales de aspecto humilde. Tras ellos, en la penumbra del interior, se adivinaba la presencia de varios más. Nos detuvimos. Los dos chavales salieron entonces de su guarida.
      – Qué…
      – Nada, echando un vistazo…
      Nos observaban con curiosidad, y el que había hablado, que era rubio, canijo, tenía una media sonrisa en los labios, como si encontrara divertida nuestra pinta. Dan rompió el silencio:
      – No está mal – dijo, señalando la choza.
      El Rubio no repuso, pero se hizo a un lado para permitirnos ver mejor, y su sonrisa se acentuó. Por fin dijo, un poco azorado:
      – Podéis entrar, si queréis…
      Era el de la voz cantarina. Me adelanté unos pasos y vi que en el interior ya estrechaban el corro. Pero oí que Dan decía:
      – Déjalo, no vamos a caber.
      Me di la vuelta. Dan había destaponado la botella de Coca-Loca y se la ofrecía al Rubio. El chaval se alzó de hombros, tímido, sonriente, agarró la botella con indecisión y luego, animándose de pronto, tomó un buen trago. Otros cuatro o cinco forajidos, mientras tanto, habían salido en fila a la luz del día. Nos miraban fijamente. Entre ellos había uno algo mayor que los demás, un tipo larguirucho, con el rostro lleno de espinillas, a quien luego, recordando la aventura, bautizamos con el nombre de Sospechas.
      El Rubio nos devolvió la botella, como si hubiera cumplido con un importante ritual, y se oyeron exclamaciones y murmullos. Entonces hizo un ademán para que se la entregásemos de nuevo y, con un amplio gesto del brazo extendido, se la ofreció a sus compañeros, que ahora le observaban con cierta admiración.
      Pero nadie más quiso beber. Sólo el Rubio dio otro trago, largo, ruidoso, y uno de sus compinches dijo:
      – ¡Che, no te pases!
      Sospechas callaba, frunciendo las cejas, como si discurriera en un problema desagradable. Dan contemplaba todo con ojos gatunos. Bajo su mirada, los chavales de pelo corto, algunos casi rapados a cero, comenzaron a moverse, y el Rubio hacía ademanes invitándonos a utilizar la guarida mientras se ausentasen, y en su rostro se dibujaban unas muecas y sonrisas de orgullo.
      Se alejaron en tropel, echándonos alguna ojeada por encima del hombro, ágiles, oscuros como las sombras que arrastraban. Arriba, pasaban las nubes. El último en dejar de mirar fue Sospechas.
      – No está mal – repitió Dan, clavando la vista en la choza, al quedarnos solos. Luego examinamos el interior, que parecía bastante limpio y acogedor, y dimos una vuelta de inspección por fuera, rodeando la choza en sentidos contrarios. Cuando volvimos a encontrarnos delante de la entrada, vi que Dan tenía el aire pensativo.
      – ¿Nos quedamos un rato? – pregunté.
      Pero Dan ya sacudía la cabeza, mordiéndose el labio; yo sentía una punzada en el corazón y una corriente recorría mis brazos y mis manos; y algo, en alguna parte, no sé qué ni dónde, algo se desvanecía o se apagaba; y Dan, tras dirigir una mirada a otra brecha en la tapia, por donde se había retirado el enemigo, ya decía:
      – Hay que destruirla. Pero sin armar mucho ruido.
      Kit Karson precisó de inmediato los puntos débiles de la estructura. La devastación fue fulminante.
     Le recuerdo desmantelando las chapas del tejado, dislocando habilidosamente un madero, pateando con ahínco los restos de una pared; muy serio, jadeante, lanzando rápidas miradas a su alrededor.
      Cuando ya no quedaba viga sobre viga, miré a Dan. Tenía la boca entreabierta; como yo, respiraba con fuerza; en sus labios se prefiguraba una sonrisa. Pero todavía no estaba satisfecho; vacilaba. Entonces, recobrando momentáneamente el aliento, con mi mejor voz de Tex Willer, dije:
      – Las cerillas.
      La sonrisa cuajó en su rostro. Prendimos los cardos secos y la basura que habíamos colocado entre los maderos, y efectuamos nuestra retirada estratégica. Sólo me volví una vez: al fondo, tras la tapia, una humareda negra, intensa, se batía con el viento.
      Yo creo que ya íbamos a soltar un par de penosas carcajadas cuando, allí por las Colinas de Escombros, Sospechas se materializó ante nosotros a pocos metros de distancia, gritando improperios. Unos segundos más tarde, él y Dan rodaban por el polvo, sumidos ahora en el silencio de la tarde. Con un codo clavado en el cuello de Dan, Sospechas utilizaba el puño de la otra mano para golpearle furiosamente en la cara.
      Encontré curioso ese silencio, apenas roto por el forcejeo y los quejidos de Dan. Miré mis manos y vi que una de ellas todavía sujetaba la botella de Coca-Loca.
      El botellazo le alcanzó en la oreja. Cayó de lado, sin gritar, soltando a Dan.
      Pusimos pies en polvorosa y no dejamos de correr hasta confundirnos entre los rascacielos de nuestro territorio.



Madrid, 1979
© Copyright Allan Riger-Brown 1981

viernes, 21 de enero de 2011

La noche de la ballena


En las noches sin luna la ballena se deleita en la fluidez,
en la tibieza.
Sale a la brisa, da una pirueta
y busca el escalofrío de las profundidades.
Baila, modula su risa,
conoce su piel.
En esas noches la ballena es presa
de la locura del imán, de los ecos,
de la ceguera.

En cierto momento hace una pausa, gira despacio
y luego de pronto se retuerce, se pone nerviosa, husmea,
desciende enorme hacia el abismo,
tantea la líquida negrura.

Por la mañana está varada en la arena.



Poema traducido del inglés. El original, "The Whale's Night", está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

domingo, 9 de enero de 2011

Las tres de la madrugada


Cualquier cosa puede pasar
a las tres de la madrugada.
Te pueden atracar
en el Rond Point Schuman
o puedes acabar haciendo el amor en Ixelles.
Puedes hablar con un vagabundo en la Gare Centrale
o dejar que las putas te hagan señas
cerca de la Gare du Nord.
Te pueden hacer saltar los dientes
en el Dedalus
o puedes bailar encima de una mesa en Las panderetas.
Cada calle, cada esquina
encierra una promesa
o una amenaza.
Cada bar iluminado es un faro,
cada ráfaga de viento, una caricia.
(A veces una bofetada).
Todo tipo de cosas ocurren
a las tres de la madrugada:
una pelea a puñetazos, un chaparrón azotador,
un accidente de coches en el cruce más abajo,
una luna desmesurada, suspendida de una grúa,
una sonrisa.
Llega un momento, a veces,
en uno o dos sitios que conozco, un momento
en que, así, de pronto, la música y las charlas se detienen
y, durante un instante, todos nos callamos.
Incluso los amantes apartan la mirada el uno del otro;
los borrachos solitarios dejan de murmurar,
ladean la cabeza
como si escucharan algo, como aguardando
que algo (Dios sabrá el qué) ocurra.
Todo el mundo parece estar desnudo.
A las tres de la madrugada
he visto rostros como paisajes,
con praderas, colinas, ensenadas y todo;
ojos tan profundos como la noche misma.
He tenido conversaciones
como las gaviotas con las olas rompientes;
me he reído como un imbécil,
burlado del mundo como un dios, maldecido roncamente mi destino.
He robado besos a mujeres
guapas como goletas,
meditado sobre el significado de grafiti,
de pie ante un orinal.
La otra noche, con un amigo,
bebimos champán con un tipo que se llama Marianne;
hablamos un rato del amor no correspondido;
luego, al amanecer, miramos cómo demolían un edificio,
estuvimos una hora buscando el coche;
no había forma de encontrarlo;
lo encontramos por fin
y nos tomamos un café a las diez, ya en la luz del día, 
pero todo el mundo parecía seguir desnudo.


Poema traducido del inglés. El original, "3 A.M." , está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

La primavera


El árbol no espera
sino que arroja sus ramas plagadas de brotes
hacia el cielo inmundo
que intenta ocultar
el ojo desfigurado del sol.
Es Ráfaga Loca quien hace ya tiempo
plantó la semilla junto al muro de la fábrica
para que creciera este árbol torcido, en forma de gancho
y nos amenazara a todos.
Pronto treparán por sus ramas bichos repugnantes
y pájaros de plumas estropajosas anidarán en su copa.
Él crece impasible,
diríase muy orgulloso de sí mismo,
se baña en el polvo de piedra de la fábrica
y los gases de escape de la carretera,
y echa sus brotes en la primavera, y proyecta una sombra
y se despoja de sus hojas en otoño. La verdad es
que este árbol es peligroso, incluso rencoroso quizás:
le falta tierra para sus raíces,
y un día se derrumbará
y nos romperá la espalda,
nos romperá la espalda o nos cegará;
Ráfaga Loca dará una mano.


Poema traducido del inglés. El original, "Springtime" , está disponible en:  http://livepoet.blogspot.com/

jueves, 28 de febrero de 2008

No estaba

Yo creo que sí, que de no haberse precipitado los acontecimientos, alguien (tal vez uno de nosotros) habría acabado tomando alguna medida, tarde o temprano, para impedir que sucediera algo así. En fin, yo no estaba cuando se la llevaron. Me enteré por Javirer, a la vuelta.
- Se fracturó un fémur. Se cayó de la caja, ya sabes, donde se subía para meter las monedas en el contador de la luz.
Luego vimos a esos dos. Vinieron un domingo por la tarde, en un coche azul oscuro, y aparcaron justo delante del portal.
La verdad, nos tenía algo preocupados, sola, con tanta humedad que incluso brota en las paredes, aquí y allá, un extraño moho, una especie de hongos.
– Como se le incendie la estufa esa, – decía Javier, medio en broma – nos va a fastidiar a todos.
Pero ella parecía aguantar bien.
Una vez estuve allí dentro, viéndola de cerca: pequeña, huesuda, inquieta, a su alrededor los lienzos, colgados, apilados entre los trastos: marinas, paisajes veraniegos, retratos pintados por ella quién sabe hace cuántos años, y deben de estar muertos – pensé – ése bigotudo, por ejemplo, o el moreno del fez.
Acomodada en el borde de una silla, cruzada de piernas, desvariaba gesticulando con cierta afectación trasnochada, sonriendo afable, irreductible, la papada temblorosa:
– … Bailábamos mucho, y Jeza Pavlevi, en Viena, ¡ah, qué hombje, qué caballejo más distinguido! ¡Ay, el pobje, que le han ajmado una jevolución! ¿Ha oído la noticia? Clajo, es que hoy día…
Las frondas de un árbol, de un verde intenso, y al fondo una tapia blanca que baja serpenteando hacia el Mediterráneo, chumberas y casas. Una dama muy esbelta y enjoyada. Un niño de mirada boba y como perdida en la contemplación de un futuro siniestro…
– ¿Un té tal vez? Hace un fjío espantoso, y está todo tan mal. ¿Ha visto qué gente va llegando al bajjio? ¡Tejjible!
En un par de ocasiones, de madrugada, sentado en mi sillón, tuve que imaginarme su forma enflaquecida, revestida de mantas; el colchón amoldándose a sus huesos, en la oscuridad, a unos tres metros y medio debajo de mis pies.
La hija y el yerno sacaron las cosas poco a poco, discretamente, y fueron llenando el coche hasta entrada la noche. En el azul de la chapa se reflejaban las farolas. Eran unos señores de unos cincuenta años, ambos altos, graves, aseados, de mirada un tanto turbia. No se llevarían bien con la vieja, es lo que pensamos, porque no se les vio por aquí antes de ese día. Me crucé con ellos en las escaleras (yo bajaba, ellos estaban atareados en el descansillo) y di las buenas tardes, muy educadamente. Y por alguna razón, al oír mi voz, se sobresaltaron. Él dio como un pequeño esguince, luego procuró sacar una sonrisa, mientras que ella se quedó muy quieta en el umbral de la puerta, sujetando la pantalla de una lámpara y parpadeando mucho, agitando unas pestañas largas y ralas, como las patas de una araña.
La ambulancia llegó la noche de la fiesta; traía la sirena apagada. La llamaron Javier y otro que no estaba borracho. Dicen que fue por el olor, pero Javier ya había notado que el tiesto del balcón estaba seco. La verdad es quez de vez en cuando olía mal en el descansillo; aquella noche, al parecer, el olor se hizo insoportable.
Javier salvó una repisa negra que se llevaban para el basurero. Le quitó el polvo, la roció de aftershave, por si las moscas, y dice que la encuentra muy útil.
El dueño de la casa me ha confesado que por fin puede subir el alquiler del apartamento, pero eso ya lo sabíamos todos. La vecina de abajo, la otra vieja, la del sentido común y el quiste, cuenta que, antes, a menudo no lograba dormirse, no había manera de pegar ojo, no, porque se oían pasos, tris tras tris tras, pasos incesantes en la habitación de arriba.

Londres, 1979
© Copyright Allan Riger-Brown 1981